Livideces cadavéricas

Con el cese de la actividad cardiaca se inicia, mediante una contracción vascular que progresa desde el ventrículo izquierdo hacia la periferia, un amplio desplazamiento de la masa sanguínea que vacía las arterias y que es origen de una hiperrepleción de las venas.  A partir de este momento, la sangre queda sometida, de modo exclusivo, a la influencia de la gravedad, por lo que tiende a ir ocupando las partes declives del organismo, cuyos capilares distiende, produciendo en la superficie cutánea manchas de color rojo violáceo con el nombre de livideces cadavéricas (livor mortis).
Las livideces cadavéricas constituyen un fenómeno constante, que no falta ni aún en la muerte por hemorragia, si esta no ha sido tan abundante como para producir una verdadera exanguinación.  En algunas ocasiones se ha observado que su formación se inicia en la agonía; sin embargo, lo ordinario es que comiencen a formarse poco después de la muerte, aumentando paulatinamente de color y de extensión.
El color de las livideces, es rojo violáceo, variando entre límites muy amplios desde el rojo claro al azul oscuro.  Estas variantes de coloración dependen del color de la sangre en el momento de la muerte, por lo tanto, en la intoxicación oxicarbónica y en la cianurada, tienen un color sonrosado, mientras que en la intoxicación por venenos metahemoglobinizantes presentan un color achocolatado.  En las asfixias, las livideces son de un color rojo oscuro, excepto en la sumersión, en que tienen una tonalidad rojo claro.  Son también más claras en los individuos que han tenido pérdidas sanguíneas antes de la muerte.
La intensidad de las livideces depende de la fluidez del líquido sanguíneo; es por consiguiente, mayor en las asfixias, porque la sangre no se congela con rapidez, y menos marcada en la muerte por hemorragia o anemia, debido a la reducida cantidad de sangre y de pigmento sanguíneo.  Por la misma razón es menos acusada en los casos de neumonía lobular y otras enfermedades en las que la coagulación se acelera.
La distribución de las livideces depende de la posición del cadáver.  Si éste se halla boca arriba, que es el caso más ordinario, se forman las manchas en toda la superficie dorsal, con excepción de las partes sometidas a presión, pues el obstáculo que esta ejerce impide a los capilares llenarse; por lo tanto, en este decúbito supino se advierten superficies no coloreadas en las regiones escapulares, nalgas, cara posterior de los muslos, pantorrillas y talones.  Si el cadáver se halla en decúbito prono, las livideces asientan en el plano anterior del cuerpo, con la misma salvedad relativa a los puntos de apoyo.  Lo mismo puede decirse para cualquier otra posición del cadáver.
Por consiguiente, y como regla general, las livideces se localizan en las regiones declives del cuerpo, indicando así la posición en que ha permanecido el cadáver.  Las livideces no se manifiestan en los sitios oprimidos por las prendas de ropa, o sus arrugas y dobleces, como el cuello, cintura, a nivel donde han estado ligas u otras prendas ceñidas.  Deberá en todo caso, evitarse el confundir dichas zonas de palidez con las señales de constricción del cuello o a las debidas a golpes.
Como consecuencia de todo ello, el aspecto de las livideces es sumamente abigarrado.  Toda la superficie declive aparece de color rojo violáceo, entrecortado e interrumpido por rayas, zonas redondeadas e irregulares, espacios mayores o menores, de una palidez cérea.  Los contornos de las livideces suelen ofrecer límites bien definidos, pero son muy irregulares en cuanto a forma y tamaño.
Variedades de las livideces
Además de las livideces en placas, también se encuentra la púrpura hipostática, constituida por un punteado parecido a la escarlatina.  Se produce porque la hipostásis cadavérica puede romper los vasos, aumentado la presión, sobre todo si lo capilares sufren degeneración grasa como en la intoxicación fosforada o alcohólica y en las septicemias.
Se denominan livideces paradójicas las que se forman en las regiones no declives.  Presentan la forma de manchas, acompañadas no raramente por petequias hemorrágicas, lo que también puede suceder con las livideces verdaderas.  Se observan en cadáveres mantenidos en decúbito supino en la cara y regiones anteriores del cuello y del tórax, especialmente en las muertes repentinas y en las muertes asfícticas.  Muchos autores las interpretan como resultado de las roturas de pequeños vasos cutáneos producidas antes de la muerte, que se hacen más manifiestas después de ésta.  Otros en cambio creen en su origen post mortal, interviniendo en su génesis un componente activo, dinámico, vásculo sanguíneo que moviliza la sangre desde el lecho arterial al venos, encontrando en su desarrollo el obstáculo de la estasis venosa y cardiaca derecha propia de dichas muertes; de esta manera tendrían lugar una intensa dilatación y repleción de la red capilar, que se exteriorizarían en estas livideces en zonas no declives.
Evolución de las livideces cadavéricas
Las livideces se inician bajo la forma de pequeñas manchitas aisladas, que van confluyendo paulatinamente hasta abarcar grandes áreas.
Las manchas comienzan a presentarse poco después de la muerte.  Cuando el cadáver yace en posición de decúbito supino, hacen su primera aparición en la región posterior del cuello, que por su pequeño espesor, permite su formación rápida.  Las primeras manchas aisladas en esta región pueden verse ya entre 20 y 45 minutos después de la muerte y empiezan a confluir después de 1 hora y 45 minutos.  En el resto del cadáver aparecen de 3 a 5 horas después de la muerte.  Ocupan todo el plano inferior del cadáver a las 10 o 12 horas del fallecimiento.
Una vez establecidas, no suelen cambiar de forma ni de coloración, con la salvedad a que nos referimos inmediatamente, hasta que se inician los fenómenos putrefactivos, momento en el que las livideces se van invadiendo por el tinte verde oscuro y negruzco propio de éstos.
Simultáneamente con la formación de las livideces, la piel de la región corporal opuesta va palideciendo, tomando el color céreo tan característico de la muerte.  Esto confirma el origen de las livideces y es causa de la desaparición de los fenómenos congestivos cutáneos producidos en vida (exantemas, hipertermias, etc.)
Transposición de las livideces
En el estudio evolutivo de las livideces cadavéricas adquiere gran importancia el fenómeno de la transposición, es decir la posibilidad del transporte o desplazamiento de las manchas de lividez durante cierto tiempo después de su formación.  En efecto, una lividez cadavérica reciente puede hacerse desaparecer comprimiendo fuertemente con el pulgar o con un vidrio resistente en un punto limitado de la superficie, e igualmente cambiando la posición del cadáver.  El resultado de estos dos tipos de maniobra es un nuevo desplazamiento de la sangre hacia los vasos no comprimidos, en el primer caso, o hacia las nuevas regiones declives, en el segundo; se explica así el fenómeno de la transposición apareciendo de nuevo las livideces en el punto declive actual.
Pero transcurrido un cierto plazo, las citadas maniobras se hacen negativas.  Se ha establecido el proceso de fijación de las livideces, que se hacen permanentes en el lugar donde se formaron. En general, las livideces se fijan al cabo de 10 a 12 horas.
Pero existe también la posibilidad de encontrar en un cadáver livideces en dos planos distintos y aun opuestos.  Ello tiene lugar cuando se cambia la posición del cadáver, habiendo comenzado ya el proceso de fijación de las livideces, sin haberse completado del todo.  En tal caso, las livideces formadas en primer lugar, correspondientes a la posición primitiva del cadáver, palidecen sin llegar a desaparecer del todo, y al mismo tiempo, se forman unas segundas livideces en el nuevo plano declive, que tampoco alcanzarán la total intensidad de su coloración.  Estas dobles livideces constituyen un indicio seguro de que se ha cambiado la posición del cadáver unas 10 o 12 horas después de la muerte y antes de transcurridas 24 horas del fallecimiento.
Diagnóstico diferencial
Importa mucho diferenciar las livideces cadavéricas de las equimosis.  La distinción es muy fácil en los cadáveres recientes; basta practicar una incisión en la región afectada para observar en las equimosis sangre extravasada, coagulada y firmemente adherida a las mallas del tejido, en tanto que en las livideces no hay sangre extravasada, viéndose fluir tan solo un poco de sangre a cortar los capilares.  Si después de este examen, aun persiste alguna duda, se lava la herida dirigiendo un fino filete de agua sobre sus labios, con lo que se arrastra mecánicamente toda la sangre que no se haya coagulado, por lo que cuando se trata de livideces queda completamente limpia, y en cambio, carece de acción sobre la sangre extravasada de las equimosis vitales.
Suele observarse, asimismo, en las equimosis algún relieve y abrasión de la epidermis, su color es muchas veces diferente al de las livideces y su localización no coincide necesariamente con los planos declives.  Por el contrario, las livideces cadavéricas no sobresalen de la piel circundante y asientan siempre (salvo las livideces paradójicas) en las partes declives.
Cuando los cadáveres se hayan en descomposición y los tejidos reblandecidos se hacen permeables al pigmento hemático, resulta casi imposible establecer la diferenciación si se trata de manchas pequeñas, pero siempre puede reconocerse todavía la sangre extravasada si existe en alguna cantidad.
Importancia médico legal
Las livideces cadavéricas tienen una importante aplicación médico legal en los siguientes casos:
  1. Diagnóstico de la muerte cierta: las livideces cadavéricas poseen un gran valor como signo de muerte cuando son extensas,  intenso color y típicamente localizadas; esto solo ocurre 12 a 15 horas después de la muerte.
  2. Determinación de la data de la muerte: el momento de aparición de las livideces, el de adquirir su total extensión y su posibilidad de transporte son otros tantos elementos de juicio de utilidad para este diagnóstico cronológico.
  3. Posición del cadáver: la localización topográfica de las livideces representa un fiel testimonio de la posición en que ha permanecido el cadáver después de la muerte.  Tiene especial importancia la comprobación de que las livideces tienen una localización anormal respecto a la posición  en que se ha encontrado el cadáver, en especial si se encuentran livideces en planos opuestos, indicando una transposición después de 12 horas del fallecimiento, pero anterior a 24 horas de éste.

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